Un alcalde, en teoría, debería
olvidarse de sus colores políticos cuando ejerce como tal, y
fomentar entre sus vecinos la unidad y la concordia. Sin embargo, en
Segurilla, esto es justo lo contrario a lo que ocurre. Y hace dos viernes, en el pleno ordinario de septiembre, el que creíamos alcalde
de Segurilla, Pablo Barroso, demostró que solo era el alcalde del
PP.
El pleno se convirtió en una arenga
permanente del alcalde a su hinchada, en un lenguaje propio de otros
tiempos, gesticulante y demagógico, hablando de segurillanos buenos
y malos, de gente de bien y de gente con maldad, palabras que fueron
aplaudidas, como en una coreografía preparada, por parte del
público, perteneciente a las nuevas generaciones segurillanas.
Como clímax de este populismo
transnochado, el alcalde se negó a aceptar ningún debate al final
del pleno, y solo aceptó preguntas sin posibilidad de réplica,
aunque él mismo sí que se explayó a gusto dando por verdaderos
rumores e insensateces que corren por internet y que fue utilizando
continuamente contra Izquierda Unida, cuyos miembros (los que
acudieron al pleno) escuchaban atónitos cómo la coalición de
izquierdas se convertía en la protagonista de la noche sin comerlo
ni beberlo.
Las palabras de Pablo Barroso
rezumaron continuamente odio, revanchismo y desprecio por la
democracia. El equipo de gobierno del PP segurillano es incapaz de
asumir que vivimos en democracia y que el pueblo tiene el derecho y
el deber de ejercer el control a quienes lo representan. Tan
prepotente y tan pagado de sí mismo se encuentra, que piensa que
cualquier crítica constructiva va contra él y contra el pueblo,
corriendo el riesgo, algún día, de ahogarse en su propia bilis.
Desprecio a Segurilla y a los
segurillanos
Para más desprecio a Segurilla,
cuando al final del pleno el público asistente se dispuso a hacer
sus preguntas al alcalde y los concejales, casi todos los concejales
del PP se marcharon, dejando al auditorio con un palmo de narices, en
un gesto tan de mal gusto y escasa educación que es dudoso que se
haya producido en otro pueblo. Solo permanecieron en el pleno el
alcalde, el teniente alcalde y los representantes de la oposición.
El turno de preguntas fue lo más
bochornoso de la noche. El propio alcalde se reafirmaba en sus
opiniones fundadas en falsedades y no dudó en atacar en todo lo que
rodeaba a Izquierda Unida, desde detalles personales de la
coordinadora local hasta intentar manchar su labor de oposición con
supuestos tejemanejes a través de las asociaciones de Segurilla.
¿Qué busca Pablo Barroso?
Cualquiera de entre las alrededor de
20 personas que asistieron al pleno el pasado viernes pudo comprobar
cómo nuestro alcalde no es que quisiera ayudar a calmar los ánimos
entre los vecinos después de su metedura de pata contratando a Kiko
Rivera, sino que se empeñó de manera virulenta en escenificar una
división entre los segurillanos que es inexistente. ¿A quién
beneficia su actitud? Pablo Barroso no es tan torpe como para no
saber que quienes aplaudieron sus arengas en el pleno no eran otros
que sus incondicionales más jóvenes, y como tales incondicionales,
le hubieran aplaudido hasta si hubiera cantado una saeta. Sin
embargo, el daño que está haciendo a Segurilla es enorme. Porque
una sociedad se construye entre todas las personas que la integran,
contrastando opiniones y tirando hacia delante de un mismo carro, no
eliminando a quienes están en la rueda izquierda, como parece que
piensa nuestro alcalde.
La mentira
tiene las patas muy cortas, que dice el refrán, y la verdad reluce
hasta en la noche más oscura. La gente de Segurilla no es tonta, y
sabe dónde buscar. Se acabaron los tiempos en los que la palabra del
cacique iba a misa, ahora la gente puede investigar por su cuenta en
los periódicos, en los archivos y en los Boletines Oficiales.
Y la justicia tarda. Pero es
implacable, sobre todo cuando hay quienes estamos dispuestos a no
dejarnos intimidar.