Una fábula de José Luis Andrino
Erase una vez un
matrimonio con dos hijos cuya vida era muy humilde, una de esas familias a las
que les cuesta mucho llegar a fin de mes, y que abundan tanto últimamente.
Un sábado por la mañana
acordaron que mientras la mujer se quedaba en casa con el niño más pequeño
haciendo la limpieza, el marido iría con la hija mayor a hacer la compra al
mercado. Antes de salir, la mujer le pidió al marido que administrase bien los pocos dineros que aún les
quedaban, pues debía comprar comida para tener hasta que se terminase el mes. El
marido la besó cariñosamente y le dijo que así lo haría.
Cuando llegó al mercado
reparó en una pescadería que tenía unas langostas enormes. Se le fueron los
ojos detrás de aquellas langostas y le dijo a su hija:
-¡Mira, qué langostas! ¡Con
lo que a ti te gustan! ¿Qué te parece si llevamos una gran langosta para cenar
esta noche?
La niña miró las langostas con cara de deseo, pero advirtió a su
padre:
-Papá a mí me gusta mucho pero cuesta mucho dinero. Si compras una
langosta no quedará nada para comprar comida para más días-.
El padre la
convenció:
-No te preocupes, ya veremos qué comemos los demás días. Piensa
en la envidia que les vamos a dar a los vecinos cuando nos vean degustar tan
exquisito manjar.
Dicho y hecho, compraron la langosta gastando todo el dinero
y se fueron muy contentos para casa.
Cuando llegaron a casa,
la mujer recriminó amargamente a su marido que hubiese gastado todo el dinero
en la langosta en vez de comprar productos más económicos que les hubiesen
permitido comer hasta fin de mes.
Cuando fueron a cocinar
la langosta se percataron de que el marido había comprado a precio de langosta
fresca, una langosta que estaba precocida, seca y con poco sabor. No obstante,
se la comieron.
Cuando estaban recogiendo
la mesa, el hombre le dijo a su mujer:
-Para no querer la langosta, bien que te
la has comido.
A lo que la mujer contestó:
-Me la he comido muy a mi pesar,
porque no había otra cosa. Si no hubieras malgastado el dinero en ella, ahora
no estaríamos preocupados pensando qué vamos a comer mañana.
Si cambiamos el nombre
a los personajes e identificamos al marido con el Sr. Alcalde, a la langosta
con el espectáculo de Paquirrín y a la mujer con los cagarraches (o al menos
parte de ellos), entenderemos la razón por la que algunos segurillanos (que
habían criticado gastar el dinero en ese espectáculo) estaban consumiendo
aquella mierda de langosta en la plaza.
Sencillamente, porque era lo que había.
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